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“Juicio final”

“Juicio final”. 143 seg. (J. Alfredo Jiménez). Miguel-A.

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“Juicio final”

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Presentation Transcript


  1. “Juicio final” 143 seg. (J. Alfredo Jiménez) Miguel-A.

  2. Cuentan que tres amigos, Pablo, Andrés, y Félix, regresaban de una jornada de caza. Nadie sabe si la causa del accidente fue la excesiva velocidad, o la culpa fue de un árbol soñador que estaba en un lugar inadecuado. Lo cierto es que el "leñazo" fue fenomenal. En teoría, el cigüeñal del mercedes debiera ser más fuerte que el chopo, pero éste "se hizo cisco" y el árbol aún permanece con sus raíces arraigadas a la tierra. Los tres ocupantes fallecieron en el acto, sin dar tiempo a "últimos sacramentos ni a bendiciones apostólicas de Su Santidad".

  3. De pronto, se vieron en una sala que parecía un tribunal de justicia con un gran mural al fondo donde estaba el hipotético ojo de Dios dentro de un triángulo. En el estrado había un solo juez repasando expedientes, vestido de túnica roja, y con un objeto en la mano izquierda que, a primera vista, podría confundirse con el clásico mazo de las películas judiciales de la tele. - Es Dios -afirmó Andrés en voz baja. - ¡Qué va!. ¡Ése es San Pedro! -contestó Pablo-. ¿No lo ves que es calvo y lleva las llaves del cielo en la mano?. ¡Es igualito que la estatua de su figura de la parroquia de mi pueblo.

  4. San Pedro continuaba en silencio leyendo expedientes, labor que sólo interrumpía para observar detenidamente a los "reos" por encima de las gafas. Por fin habló: - Pablo, es usted una persona excelente. En los 10 años de matrimonio jamás engañó a su esposa, la cuidó en sus dos años de enfermedad hasta su muerte de cáncer, y aún después de muerta ha seguido respetando su memoria. Aquí damos un vehículo para trasladarse por el cielo en proporción al comportamiento tenido en la tierra. Le daremos "un Ferrari" descapotable. Es uno de los mejores coches de que disponemos.

  5. San Pedro pasó a un segundo expediente, y todo se tornó silencio por unos minutos. - A ver, Andrés. ¡Ay, ay, ay! -exclamó San Pedro-, usted le fue infiel a su esposa 5 veces, y, aunque podrían verse atenuantes, no le eximen del total de la falta. El expediente no está mal, aunque... ¡hay que hacerlo mejor!. Bueno le daremos un buen coche, no es como su “Mercedes" terreno, pero tampoco está mal.

  6. San Pedro pasó a leer el tercer expediente. Durante la lectura mental, continuamente hacía gestos de desaprobación con la cabeza. - Éste me condena -susurró Félix, temeroso, a sus compañeros. - Ten paciencia, hombre -le contestó Pablo-. Si te condena ya apelaremos a la misericordia de Dios. - Félix -dijo San Pedro-, usted ha sido en su vida bastante sinvergüenza. ¡23 veces ha engañado a su esposa!. Y lo peor, con 5 mujeres distintas. ¡Usted se burlaba de todas!. Lo siento, solamente puedo concederle una bicicleta para moverse por el cielo. Félix respiró tranquilo. - ¡Visto para sentencia! -exclamó San Pedro golpeando la mesa con aquella gran llave de su mano izquierda-. A continuación, pasará mi ayudante para entregarles los vehículos.

  7. Salidos del juicio, los tres amigos se fueron a celebrar a un bar su admisión en cielo. Allí se tomaron unas cervecitas, alegremente, mientras comentaban los aspectos de juicio. A la salida del bar, Pablo rompió a llorar desconsoladamente. - ¿Qué te pasa? -le preguntó Andrés-. ¡No seas tonto!, eres viudo, ni siquiera tienes hijos. Solamente has dejado allá abajo un montón de sobrinos. ¡Anda, echa un vistazo a la tierra!. Están todos reunidos para tratar de cómo repartirse la herencia. Todos llevan gafas oscuras para hacer creer que han llorado, pero escruta debajo de sus gafas, y verás que no hay ni rastro de haber vertido lágrimas.

  8. - ¡Tú eres tonto! -le dijo Félix-. Nos hemos muerto sin el menor sufrimiento... nos admiten en el cielo... te dan un vehículo imponente... ¡y encima te pones a llorar!. ¡Mira, anda, mira!, ¿cuántos coches como el tuyo ves en el aparcamiento?. Ninguno, entre cientos no hay ninguno. - Si no lloro por eso -contestó Pablo entre sollozos-. Es que acabó de ver a mi difunta esposa en la acera de enfrente, y se traslada por el cielo en una silla de ruedas. - ¡Joder...!. ¡Yo creía que era el peor, y por lo menos tengo una bicicleta! -exclamó Félix después de lanzar un silbido de sorpresa-. ¿Pero de qué llora éste? ¿Llora de amor... o llora de arrepentimiento por haber sido tan bueno como ha sido?.

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