1 / 5

“El Toro el torero y el gato”

“El Toro el torero y el gato”. Capitulo VII Que habla del público, del torero y del bruto. El espectador, el torero y el toro.

yorick
Télécharger la présentation

“El Toro el torero y el gato”

An Image/Link below is provided (as is) to download presentation Download Policy: Content on the Website is provided to you AS IS for your information and personal use and may not be sold / licensed / shared on other websites without getting consent from its author. Content is provided to you AS IS for your information and personal use only. Download presentation by click this link. While downloading, if for some reason you are not able to download a presentation, the publisher may have deleted the file from their server. During download, if you can't get a presentation, the file might be deleted by the publisher.

E N D

Presentation Transcript


  1. “El Toro el torero y el gato” Capitulo VII Que habla del público, del torero y del bruto

  2. El espectador, el torero y el toro • Yo soy el espectador. Estoy sentado sobre una cantidad no muy excesiva de cemento. Para evitar la dureza y el frío de la grada alquilé por cuatro reales -1peseta- una almohadilla anémica. Mis vecinos me oprimen. El de atrás me clava las rodillas en la espalda. El de delante se apoya contra mis piernas. La tarde es fresca y me obsesiona el temor de que mi gabán sea un abrigo insuficiente en la prolongada y forzosa quietud. En un radio de veinte metros, los demás ocupantes del tendido han sacado de sus bolsillos sendos cigarros puros y han comenzado a fumarlos con lentitud. Comprendo el cigarro puro tan sólo como preparación para resistir los gases asfixiantes en una trinchera. Odio el puro: su color, su sabor, su forma, su olor si se enciende, su olor si se apaga… Pero bien sé que en cada corrida he de aspirar nubes inmensas de este humos infecto, porque, según parece, el buen aficionado a los toros no cree haber alcanzado la perfección si no fuma puros. Estoy incómodo en mi asiento, y el tabaco de mis vecinos no me permite ni respirar a gusto. Pero ¿es que los demás espectadores, que acaso pasan de once mil, que casi llenan la plaza, son más felices?

  3. El espectador, el torero y el toro • Durante el primero y el segundo toro quizá pudiera afirmarse, a juzgar por el aspecto de esta muchedumbre, que se aburría nada más. Pero desde que apareció el tercero hasta que se lo llevaron las mulillas, un huracán de desesperaciones agitó a aquella masa humana. Unánimemente seguro de que el toro era demasiado pequeño, el gentío produjo un alboroto ensordecedor. Once mil ciudadanos se dedicaron a silbar con todas sus fuerzas. ¡Eeeh¡ ¡Noo! ¡Fueera! Luego sin dejar de gritar, sin dejar de silbar, movían los brazos desaforadamente, sacaban los pañuelos del bolsillo, los agitaban en el aire, enarbolaban los bastones, se aplastaban el sombrero sobre los parietales, reñían unos con otros, aunque todos sostenían lo mismo… Seis mil llamaban burro al presidente; tres mil le deseaban males horribles; mil lanzaban la idea de asesinarle; quinientos aconsejaban a los demás que se arrojasen a la arena para impedir que continuase la lidia; trescientos berreaban sombríamente que aquello sería el fin de las corridas de toros, y uno, rojo de indignación, colmado de desprecio hacia la sociedad que consentía la existencia de toros tan pequeños, dio un enconado viva al Comunismo. • ¡Oh, lo que sufrieron aquellos hombres¡ ¡Qué exaltado, qué sincero, qué prolongado fue su disgusto¡ Yo nunca he visto tan aligida y tan desesperada una multitud.

  4. El toro • Aquel toro era el primero que debía ser lidiado. Lo habían martirizado con dureza. Cinco veces le hundieron las picas en su lomo, y la sangre le enrojecía abundantemente la piel. Luego no sé cuantas banderillas. Después, varias estocadas.. • Pero el pobre toro conservaba aún alta la cabeza. El diestro quería entrar a matar y no veía el morrillo. Pasaba una vez y otra vez la muleta bajo los hocicos del animal, y el animal elevaba de nuevo los cuernos. • Entonces le pinchaba en el belfo y en la nariz, como para darle a entender: ¿No sabes cual es tu obligación? Ha llegado el momento en que debes de morir. El Sr Presidente agitó el pañuelo por tercera vez, y esto quiere decir que debo de clavarte la espada. Si no bajas un poco la cabeza, no podré matarte. ¡Ea no te deshonres¡ Estás quedando en ridículo. –Pero el toro no le hacía caso. • Entonces, con la punta metálica del palo que mantiene extendida la muleta, el matador hincó en el hocico de su victima . Fue inútil también. • El torero se volvió hacia el público, encogiendo los hombros, como para indicar que rehuía toda responsabilidad ante aquella tozudez incomprensible. El público aplaudió y sus aplausos querían decir: • Ya vemos, ya, que ese miserable animal tiene la culpa. • El hombre animado cogió uno de los cuernos del toro y tiró de el hacia abajo con todas sus fuerzas. Pero e l toro, aun agonizante, tenía más. No lo embistió. Limitóse a mantener la testuz enhiesto, aleccionado ya por las estocadas recibidas. • La lucha la terquedad duró mucho tiempo. Al fin, el pobre bruto dio la vuelta y se separó lentamente del grupo de sus enemigos. Iba sin prisa y sin furia abanicando el aire con las crueles banderillas, y erguida la cabeza, como si supiese que en mantenerla así estaba la salvación de su vida. Los hombres lo siguieron. Atravesó toda la plaza por su diámetro. Era un desistimiento tan evidente, que llenaba el alma de pena. Era la renuncia a luchar, la confesión de inferioridad, de derrota. Mejor que con palabras la actitud del toro venía a expresar: -He acometido a los caballos, he perseguido a los hombres; recibí muchas heridas. Estoy cansado y dolorido. Podéis más que yo. No quiero embestir ni acosaros. Dejadme • No … • Os digo que se precisaba ser un buen aficionado para no sentir enternecedora compasión. • Se tumbó. Y acercóse el puntillero y le asestó un golpe • El animal se levantó otra vez y siguió andando, ahora rozando las tablas de la barrera manchándolas con su sangre….Un poco más allá, como si fuese eligiendo el sitio donde lo dejasen en paz con su agonía, volvió a tenderse. • A un segundo toro lo clavaron cuatro veces las puyas y le prendieron del lomo ocho banderillas, que le hurgaban dolorosamente las carnes en los saltos y en las carreras a que lo obligaban los capotes…. Después de numerosas peripecias el torero engañándole con el trapo le entró a matar en el instante en que tenía las patas juntas, se precipitó sobre el y le hundió medio metro de acero en el cuerpo y así hasta cuatro veces…

  5. Así ocurrió con el público, esto sucedió a los toros y a los toreros • El uno y los otros y los otros se encolerizaron, sufrieron, agonizaron… • Y yo me planteé, sin conseguir resolverla, esta importante cuestión: • ¿Quién se divierte entonces en la “Fiesta española”? • ¿Para quién el goce y en que consiste? • ¿Es una forma de sadismo la que llena las plazas? • ¿No debieran ser los médicos psiquiatras los que escribiesen las reseñas de las corridas? • ¿Quizas los penalistas?.....

More Related