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Al tercer día de su sepultura se comprueba que Cristo ha salido vivo del sepulcro. La resurrección tiene lugar el primer día de la semana que, en adelante, se llamará día del Señor, o sea, Domingo. La resurrección se refiere a la entrada en la vida sin fin
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Al tercer día de su sepultura se comprueba que Cristo ha salido vivo del sepulcro. La resurrección tiene lugar el primer día de la semana que, en adelante, se llamará día del Señor, o sea, Domingo.
La resurrección se refiere a la entrada en la vida sin fin de toda la humanidad de Jesús, incluido su cuerpo. Por eso el sepulcro quedó vacío.
Cristo se aparece a María como un desconocido y, cuando se presenta en medio de los discípulos, le es necesario mostrar sus llagas para probar que es él, el mismo que murió. Jesús está entre ellos con otras apariencias y, en su cuerpo espiritualizado, resplandece la victoria sobre el pecado.
Varios textos recuerdan que Pedro fue a la vez testigo del sepulcro vacío y de Jesús resucitado (Lc 24,12.44; 1 Co 15,5). Es que nuestra fe se apoya primeramente en el testimonio de los apóstoles y, en especial, del que fue cabeza de ellos.
La Resurrección constituye la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más difíciles de comprender por el ser humano, encuentran su comprobación, porque Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad como Dios (Catecismo de la Iglesia Católica #651).
El Hijo de Dios vuelve a entrar en la comunidad de amor del Padre pero ya con su humanidad resucitada. El Verbo que estaba desde siempre junto al Padre, se encarnó tomando una humanidad como la nuestra. Ahora vuelve al seno de la Trinidad, pero como Dios y hombre para siempre.
Las apariciones de Jesús Resucitado a tantos, comenzaron por las mujeres que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús (Mc. 16, 1; Lc. 24, 1) y que, por instrucciones del Resucitado fueron las mensajeras de la noticia a los Apóstoles (Lc. 24, 9-10). Esta noticia fue confirmada por la aparición de Cristo, primero a Pedro, después a los demás. Y es por el testimonio de Pedro que la comunidad de seguidores de Cristo exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc. 24, 34). Ante éstos y muchos otros testimonios de apariciones del Resucitado, es imposible no reconocer la Resurrección de Cristo como un hecho histórico.
Pero, además, sabemos por los hechos narrados, que la fe de los discípulos fue sometida a la durísima prueba de la pasión y de la muerte en cruz de Jesús. Fue tal la impresión de esa muerte tan vergonzosa, que algunos no creyeron tan pronto en la noticia de la Resurrección. Los discípulos estaban abatidos, confundidos y asustados. Por eso no le creyeron a las mujeres y “las palabras de ellas les parecieron puros cuentos” (Lc. 24, 11).
Tan imposible les parece el más grande milagro de Cristo, su propia Resurrección, que incluso al verlo resucitado, todavía dudan (Lc 24, 38), creen ver un espíritu (Lc 24, 39). Tomás ni siquiera acepta el testimonio de los otros diez (Jn 20, 24-27). Aunque Jesús ya les había anunciado tres veces que después de su muerte resucitaría (Mc 8,31; 9,31; 10,34). Pero este anuncio no pareció calar en la mente de los discípulos. Por lo tanto, la hipótesis según la cual la Resurrección de Cristo habría sido producto de la fe o de la credulidad de los Apóstoles no tiene cabida.
Jesús Resucitado tuvo que reconquistar su confianza a través de una larga pedagogía de encuentros y de pruebas sobre su nueva realidad: tuvo que hacerse tocar por Tomás ( Jn 20,27), caminar ( Lc 24,15), comer con ellos (Lc 24,30 y 43; Jn 21,10-12).
Y son frecuentes las reprensiones de Jesús resucitado frente al estupor y la incredulidad de sus discípulos: «¡Qué necios y qué torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» (Lc 24,25-26)
Es ejemplar el episodio de los discípulos de Emaús, que se alejan de Jerusalén tristes y desilusionados por el naufragio de sus sueños: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto» (Lc 24,19-21).
Entonces pasaron de un conocimiento superficial e incompleto a la confesión convencida y el anuncio infatigable, hasta la entrega de la propia vida.
A partir de aquel acontecimiento, la Buena Noticia se concentra en un hecho fundamental: Jesús ha resucitado. Así lo vemos en los primeros discursos que encontramos en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 14-39; 3, 13-16; 4, 10- 12).
Y esta centralidad se observa sobre todo en el apóstol Pablo que escribe a los fieles de Corinto, alrededor del año 40 (¡Sólo diez años después de la muerte y resurrección de Jesús!) con gran sinceridad: «Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y, más tarde, a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí» (1 Cor 15, 5-8).
La resurrección de Jesús crea una nueva humanidad. Recompone definitivamente la amistad entre Dios y los hombres, y abre para éstos la fuente de la vida divina.
Jesús resucitado arrastra en su triunfo a todos los hombres porque tiene el poder de transformarlos a su imagen, liberándolos de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias: la muerte y el mal físico, moral y psicológico. El hombre recupera su libertad integral.
La resurrección de Jesús es el cumplimiento de la esperanza humana de inmortalidad. El hombre nunca ha aceptado la muerte, siempre ha soñado con vivir para siempre. Pero la dura experiencia de la vida le ha amargado siempre con la perspectiva del sufrimiento inevitable y de la muerte. Pues bien, al vencer a la muerte y al dolor, su resurrección gloriosa es fundamento y garantía de los que creen en Él y tratan de vivir según Él.
La resurrección de Jesús nos da una nueva luz y una nueva energía para soportar las dificultades de la vida. La muerte del justo joven o adulto, es más una bendición que una injusticia, porque nuestras cruces acabarán en felicidad, nuestro llanto en cantares de fiesta. En la plenitud de las Bienaventuranzas.
Mientras tanto Jesús Viviente que esta junto al Padre para interceder por nosotros, se hace presente en nuestra vida para acompañarnos en nuestro caminar: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). En la Eucaristía, no sólo recordamos su muerte y resurrección, sino que participamos realmente de su vida divina, hasta que lleguemos al encuentro definitivo.
La resurrección de Jesús crea la Iglesia. Los discípulos se dispersaron en el momento de la pasión y de la muerte. Jesús resucitado los vuelve a convocar y establece definitivamente su familia, la Iglesia, que es la comunidad de los que han conocido la Buena Noticia de la resurrección y nos envía como testigos a todo el mundo (Jn 20,21).
Victima paschali laudes Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza. Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?» «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua.» Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa. Amén. Aleluya.
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