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EL ANTIGUO TESTAMENTO • No es fácil reconstruir exactamente cómo se fueron escribiendo los libros del Antiguo Testamento, debido a que muchos de ellos son muy antiguos. Sin duda, antes de ser puestos por escrito, pasaron por un proceso de tradición oral.
Algunos relatos fueron escritos muy pronto. En el Pentateuco se dice alguna vez que Dios mandó a Moisés poner algún episodio por escrito, con el fin de que se conservara su recuerdo.
Uno de los relatos más antiguos del Antiguo Testamento es el poema que canta la salida del pueblo de Egipto, acaudillado por Moisés. Se conserva en el libro del Éxodo (capítulo 15). A los tiempos de Moisés se remonta asimismo el Decálogo en su forma más primitiva. El Decálogo se guardaba en el arca de la alianza, que estaba depositada en el santo de los santos.
En tiempos de Samuel empieza el movimiento profético. Un profeta muy conocido fue Natán. De él se conservan oráculos importantes. También del profeta Samuel se conservan tradiciones importantes, que se hallan consignadas en el libro que lleva su nombre.
Algunos de los poemas que integran el libro de los Salmos fueron compuestos seguramente por David. La mayor parte, sin embargo, son de tiempo posterior.
El Pentateuco recibió su forma definitiva en los días de Esdras y Nehemías (siglo V a. C.). En el segundo libro de los Macabeos se dice que Nehemías quiso fundar una biblioteca, para lo cual «reunió los libros referentes a los reyes y a los profetas, los de David y las cartas de los reyes acerca de las ofrendas».
En el medio tiempo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, un líder militar judío, llamado Judas Macabeo, «reunió todos los libros a causa de la guerra». Hacia finales del siglo II a. C. el prólogo del libro del Eclesiástico habla ya de los tres grandes bloques del Antiguo Testamento: la Ley, los Profetas y los demás libros.
En tiempo de Jesús todos los libros del Antiguo Testamento eran ya conocidos y reconocidos por todo el mundo. Hacia el año 80 de nuestra era las autoridades judías se reunieron en Sínodo en la ciudad de Yamnia, para tratar, entre otras cosas, del catálogo de los libros del Antiguo Testamento. La Biblia hebrea que usan los judíos y la que usamos los cristianos, es fundamentalmente la misma.
EL NUEVO TESTAMENTO • Cuando pasamos a la colección de libros del Nuevo Testamento, la cosa está más clara. • Del Nuevo Testamento se conservan miles de manuscritos, algunos de los cuales se remontan a los primeros siglos de nuestra era. • A través de ellos podemos reconstruir los pasos que fueron siguiendo los libros hasta quedar reunidos en el Nuevo Testamento tal como lo tenemos hoy.
Cuando los primeros cristianos se reunían para celebrar la Eucaristía u otro tipo de reuniones, leían el Antiguo Testamento, lo mismo que había hecho Jesús. Pero al mismo tiempo, los que habían conocido a Jesús hablaban de El a los demás y compartían con ellos sus enseñanzas.
Los primeros libros del Nuevo Testamento que se escribieron fueron las cartas de Pablo. Eran cartas que se leían, primero, en las comunidades, a las cuales iban dirigidas, y, luego, se hacían copias, que eran enviadas y leídas por otras iglesias.
Jesús no escribió nada ni tampoco mandó escribir. No obstante, los dichos y los hechos del Señor fueron predicados, interpretados, vividos y transmitidos por sus discípulos. Finalmente, al cabo de algunos decenios, en el último tercio del siglo primero, fueron consignados por escrito por los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Lucas,
Al principio circulaban varios relatos sobre la persona y las enseñanzas de Jesús. Eran los llamados evangelios apócrifos, los cuales nunca fueron reconocidos por la Iglesia como inspirados. La Iglesia sólo reconoció como tales los cuatro arriba indicados.
Los conmovedores relatos de Juan sobre sus visiones en la isla de Patmos acerca de la Iglesia, forman el libro del Apocalipsis, que entró a formar parte también del catálogo de los libros del Nuevo Testamento. También entraron a formar parte del Nuevo Testamento las llamadas cartas católicas: tres de San Juan, dos de San Pedro, una de Santiago, y otra de San Lucas.
Reconocida por la comunidad de creyentes y asumidas formalmente por concilios provinciales, por ejemplo los de Laodicea (363 d. C.) y Cartago (397 d. C.), la lista de libros inspirados, tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento, fue definitivamente definida como dogma en el Concilio de Trento.
A la hora de admitir unos libros y excluir otros, la Iglesia estuvo siempre asistida por la asistencia del Espíritu Santo y por la fidelidad al depósito de la revelación, que le confió su Fundador Jesucristo.