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Los bienes terrenales del hombre

Los bienes terrenales del hombre. HUBERMANN, Leo Edición castellana: Imprenta Nacional de Cuba, 1961; en Colombia: Editorial La Oveja Negra, Ltda., abril de 1972. (Se cita por esta edición.) (Título original: Man's Wordly Goods . The History of the Wealth of Nations , 1936.).

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Los bienes terrenales del hombre

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  1. Los bienes terrenales del hombre HUBERMANN, Leo Edición castellana: Imprenta Nacional de Cuba, 1961; en Colombia: Editorial La Oveja Negra, Ltda., abril de 1972. (Se cita por esta edición.) (Título original: Man'sWordlyGoods. The History of the Wealth of Nations,1936.)

  2. CONTENIDO DE LA OBRA • En el Prefacio, el autor explica el propósito del libro: «es una tentativa para explicar la historia con la teoría económica y la teoría económica con la historia» (p. 9). Es un intento de relacionar una y otra, mostrando la íntima unidad que se da entre las dos y la mutua dependencia que muestran en todo momento. El libro no es «una historia de la economía ni es una historia del pensamiento económico, sino una parte de ambas. Aspira a explicar, en términos del desarrollo de las instituciones económicas, por qué ciertas doctrinas surgieron en un momento determinado, cómo tuvieron su origen en la misma contextura de la vida social y cómo se desarrollaron, fueron modificadas y finalmente desechadas cuando el diseño de esta contextura fue cambiado» (ibid.).

  3. PRIMERA PARTE

  4. CAPÍTULO I. Clérigos, guerreros y trabajadores • Se hace aquí un análisis del sistema de posesión de la tierra en la época feudal, sustentando la tesis de que «la sociedad feudal consistía de estas tres clases, clérigos, guerreros y trabajadores, con estos últimos al servicio de las dos primeras, la eclesiástica y la militar. Así lo entendió por lo menos una persona que vivió en aquella época y que lo comentó en esta forma: ‘Para el caballero y el clérigo, ha de vivir quien hace el trabajo’» (pp. 13-14). • Durante todo el capítulo se insiste en la injusta situación a que se ve sometido el siervo: menos maltratado, es verdad, que el esclavo de otros siglos, pero, de todos modos, desposeído de todo derecho personal.

  5. CAPÍTULO II. Aparece el comerciante • Se narra, de una manera somera y sencilla, el cambio operado en la vida feudal con el incremento del comercio. Si, en un principio, el feudo era autosuficiente, poco a poco —con el crecimiento de la población— va haciéndose necesario buscar productos que no se tienen en él. Nace así el intercambio de cosas por cosas: el dinero aún se emplea poco. Va surgiendo entonces la actividad comercial, en lo cual influye mucho un hecho importante: las Cruzadas, que con sus grandes movimientos de personas de toda índole, van creando el interés por los objetos de otras regiones. • Nace así un género especial de personas, los comerciantes, que se encargan de poner las mercancías cerca de los lugares de consumo. Un núcleo importante en el Mediterráneo lo constituye Venecia, que fue —dice el autor del libro— una de las ciudades más beneficiadas por las Cruzadas. Al crecer el comercio se hace necesario efectuar las transacciones con mayor agilidad: el dinero adquiere un papel importante y nace entonces el cambista o «cambiador» de dinero.

  6. CAPÍTULO III. Vamos a la ciudad • Con el auge del comercio crece la población flotante, especialmente en puntos neurálgicos de confluencia de caminos y desembocaduras de ríos. Esta población se va agrupando alrededor de la catedral o de los sectores fortificados llamados burgos. Nace entonces el fauburgo «fuera del burgo», donde se instalaban los comerciantes y viajeros a la sombra del burgo. Poco a poco se organiza la vida del fauburg, se fortifica también y se constituye en algo organizado y con vida propia. Van naciendo las ciudades; la movilidad del dinero aumenta, el comercio y las relaciones se hacen más ágiles y la posesión de la tierra deja de tener el interés tan grande que tuvo antes. • Pronto los comerciantes quieren tener leyes propias y se van organizando más y más. Se puede hablar entonces de una sucesiva independencia, de una libertad conquistada paulatinamente de la rigidez esclavizante de los feudos.

  7. Más tarde se fueron organizando dentro de estas ciudades «fuera del burgo» los gremios, con un sistema duro y cerrado contra quienes no pertenecían a él. Tales gremios se fueron haciendo cada vez más fuertes, hasta llegar casi a dominar en las ciudades, llegando a tener una gran influencia en lo que antaño eran los señores feudales. «En el primer periodo feudal, la tierra sola era la medida de la riqueza de un hombre. Después de la expansión del comercio apareció una nueva clase de riqueza: la del dinero. En aquel periodo feudal el dinero había sido inactivo, fijo, sin movimiento; ahora se hizo activo, vivo, fluido. En el feudalismo los clérigos y los guerreros que poseían la tierra estaban en un extremo de la escala social, viviendo a expensas del trabajo de los siervos, quienes estaban en el otro extremo del orden social. Ahora un nuevo grupo apareció: la clase media, que subsistía de otra manera, comprando y vendiendo. En el periodo feudal la posesión de la tierra, única fuente de riqueza, trajo al clero y a la nobleza el poder para gobernar. Después, la posesión del dinero, nueva fuente de riqueza, dio una participación en el gobierno a la ascendiente clase media» (pp. 52-53).

  8. CAPÍTULO IV. Nuevas ideas por viejas ideas • Con el incremento del comercio, el dinero fue adquiriendo una importancia cada vez mayor, ya que permitía hacer negocios con agilidad. Por este motivo se fue introduciendo la costumbre de pedir prestado dinero con el fin de hacer negocios ventajosos para el comerciante. • Este nuevo sistema da lugar al interés que se paga por el préstamo de una cantidad de dinero. En la época feudal, quien pedía prestado algo, lo hacía por absoluta necesidad personal inmediata; cobrar interés era entonces abusar de la indigencia de alguien: se consideraba como usura y se condenaba en las leyes civiles y en las de la Iglesia.

  9. En el tránsito hacia la normalización del interés, la doctrina de la Iglesia se mantiene igual: la usura es pecado. Pero, poco a poco, se va avanzando en la consideración del negocio del dinero, con lo cual se comprende que quien pide prestado intenta hacer una ganancia con ese dinero. Por lo cual, un interés moderado se vuelve, lógicamente, lícito y aceptado por todos: por las leyes civiles y las eclesiásticas.

  10. CAPÍTULO V. El campesino se libera • En este capítulo se narra el proceso que Huberman llama de la liberación del campesino de su antigua vida de esclavo de los señores feudales. Y analiza cómo se va haciendo —y, por tanto, va aumentando su valor— el producto agrícola y, consiguientemente, la tierra. El campesinado va comprendiendo esta importancia y busca librarse de tener que trabajar para su señor. Muchos emigran y alquilan tierras; otros logran que se cambie el sistema y se les deje trabajar en los antiguos feudos, en condiciones más favorables.

  11. La peste que asoló Europa en la mitad del siglo XIV y diezmó brutalmente la población hizo escasear los brazos trabajadores, que se valorizaron más. Luego, en el mismo siglo, se produjo la revuelta de los campesinos: aunque fue vencida y muchos fueron condenados a muerte, la causa del campesinado ganó mucho en fuerza y en posición.

  12. CAPÍTULO VI. Y ningún extraño trabajará... • La artesanía va dejando de ser algo casero y local para convertirse en un asunto comercial. Aparecen también los gremios de artesanos y se van diferenciando poco a poco los niveles: maestros, aprendices y jornaleros, formándose de este modo las clases sociales, al mismo tiempo que las pugnas en busca de privilegios o tratando de evitar las injusticias de las clases superiores. • Las clases más pudientes se organizan para presionar a los más pobres y éstos se organizan para defender sus derechos: surge la lucha de clases como un proceso necesario.

  13. CAPÍTULO VII. Ahí viene el rey • En este capítulo se quiere describir el origen del poder real y del sentimiento nacionalista en el siglo XV. • La creciente comercialización obliga a los mercaderes a proteger sus negocios contra bandidos y asaltantes —generalmente, dice el autor, provenientes de los pequeños grupos armados de los señores feudales—, y entonces se reclama un poder central, con mejores medios y armas para defender el derecho al libre comercio: surge la necesidad de un rey.

  14. Con el poder real, cuyos ejércitos son profesionales y necesitan ser pagados a alto precio, el monarca tiene necesidad de acudir a las tasas económicas y a préstamos de los comerciantes. El autor presenta aquí a la Iglesia como otro poder que entra en pugna con el rey, por dividir la lealtad de sus súbditos y por los tributos que se enviaban a Roma (p. 109).

  15. CAPÍTULO VIII. El hombre rico • Es una descripción sucinta de un periodo de la historia que comprende aproximadamente los siglos XIV-XVI. Se narra el flujo, cada vez mayor, de la actividad comercial, la devaluación de la moneda, la ampliación de las rutas y la búsqueda de nuevos campos para el negocio del dinero y de los bienes fungibles.

  16. Aparecen las grandes compañías de comerciantes asociados para ampliar su capacidad y aumentar sus ingresos. Con tales empresas surgen también las grandes fortunas, y de allí se derivan las influencias notables de financieros como los Peruzzi (1300), los Médici (1440) y, el grupo más potente, los Fugger, que tuvieron mucho que ver en el desarrollo de la historia europea. El autor atribuye, por ejemplo, a la ayuda económica de Jacob Fugger (banquero alemán) el triunfo de Carlos V de España sobre Francisco I de Francia para ceñir la corona del Sacro Imperio Romano.

  17. CAPÍTULO IX. Pobre, mendigo, ladrón • El flujo del dinero, de manera muy especial con el descubrimiento de América y la explotación de las minas de plata y oro por parte de España, con la consiguiente expansión de dichos metales por el resto de Europa, produjo una subida de precios escandalosa. • El dinero empezó a ofrecerse más y a valer menos. Como siempre, sufren los asalariados, los que tienen una pensión fija: porque nunca el salario crece al ritmo de los precios. «Para el obrero esto significaba o estrecharse el cinturón o, si no, luchar por más altos jornales con los que afrontar la carestía de la vida , y no hacerse un mendigo. Las tres cosas ocurrieron como resultado de la revolución de los precios» (p. 138).

  18. Los mendigos aumentan desmesuradamente, convertidos a veces en merodeadores y salteadores, que han quedado a la orilla del camino de los señores del dinero: los comerciantes. • La tierra alcanzó también un valor más alto, tanto en la explotación agrícola como —especialmente al aumentar el precio de la lana— en la cría de ovejas. Nació la institución del cercado de las propiedades, desalojando de ellas a los agricultores y arrendatarios. Se cometieron verdaderas injusticias, tal como aparece, por ejemplo, en el siguiente texto de un sermón del obispo Latimer ante los cortesanos del rey Eduardo VI: «Vosotros, terratenientes, lores antinaturales que aumentáis las rentas, ya tenéis por vuestras posesiones cada año demasiado (...)» (p. 143).

  19. Las leyes civiles también intentaron reprimir los abusos, pero no fueron cumplidas. Y, como siempre ha ocurrido, cuando los campesinos se rebelaron y trataron de luchar contra las situaciones injustas, fueron castigados severamente.

  20. «Obsérvese un importante cambio en este periodo. La vieja idea de que la importancia de la tierra estaba de acuerdo con la cantidad de trabajo en ella, había desaparecido. El desarrollo del comercio y de la industria y la revolución de los precios habían hecho el dinero más importante que los hombres, y la tierra era considerada ahora como fuente de ingresos. Las gentes habían aprendido a tratarla como trataban a la propiedad en general, y se convirtió en objeto de especulación, que se vendía o se compraba para ganar dinero. El movimiento del ‘cercado’ causó muchos sufrimientos, pero extendió las posibilidades de mejorar la agricultura. Cuando la industria capitalista tuvo necesidad de obreros, encontró parte de los que demandaba en aquellos infortunados desposeídos de sus tierras, que ahora sólo tenían su trabajo como medio para ganarse la vida» (p. 145).

  21. CAPÍTULO X.— Se necesita ayuda hasta de niños de dos años • Con la expansión del mercado aparece una figura nueva. Es el intermediario, que reemplaza al pequeño fabricante en la consecución de la materia prima y en la venta del producto manufacturado. Surgen así las pequeñas industrias domésticas, en las que trabajan casi todos los de la casa —hasta los niños— para producir más y entregar más a quien ha puesto la materia prima. Reciben un salario por la manufactura. El intermediario se convierte, cada vez más, en el dueño de las cosas: es el capitalista, para quien trabajarán los artesanos como meros asalariados.

  22. El capitalista va ganando importancia a medida que el mercado aumenta y crece la explotación de las minas, en las que se requiere la inversión de fuertes sumas de dinero. • En el siguiente esquema resume Huberman las sucesivas etapas de la organización industrial: • «Sistema de la casa o de la familia: Los miembros de la familia producen artículos para su propio uso, no para la venta. El trabajo no era para abastecer un mercado exterior. Tiempo de la Baja Edad Media.

  23. »Sistema de los gremios: Producción realizada por maestros independientes, empleando dos o tres hombres, para un mercado exterior, pequeño y estable. Los obreros poseían las materias primas con las cuales trabajaban y las herramientas necesarias para trabajar. No vendían así su labor, sino el producto de ésta. Hasta el final de la Edad Media. • »Sistema doméstico (de putting-out):Producción realizada en el hogar para abastecer un creciente mercado exterior, por maestros artesanos con ayudantes, como en el Sistema de los Gremios. Con esta importante diferencia: los maestros no eran ya independientes; todavía eran dueños de sus herramientas, pero dependían, para las materias primas, de un empresario, que había aparecido entre ellos, y el consumidor. Ahora venían a ser simples asalariados, trabajando por pieza. Siglos XVI, XVII y XVIII.

  24. »Sistema fabril: Producción para un mercado cada vez más amplio y fluctuante, realizada fuera del hogar, en los edificios del patrono y bajo estricta supervisión. Los obreros han perdido completamente su independencia; no poseen ni la materia prima, como bajo el Sistema de los Gremios, ni sus herramientas, como bajo el sistema doméstico. La pericia no es tan importante como anteriormente, por el creciente empleo de la maquinaria. El capital se hace más importante que nunca. Siglo XIX hasta nuestros días» (pp. 154-155). • No es, aclara el autor, una división perfecta. Cada etapa aparece cuando la otra está vigente y permanecen simultáneas durante mucho tiempo. En un país una se adelanta a la otra..., y todavía en este siglo XX perviven algunas de sus formas en determinados sistemas de los países industrializados.

  25. CAPÍTULO XI. Oro, grandeza y gloria • Se narra en este capítulo, de una manera esquemática, el proceso de la lucha por el enriquecimiento de las naciones. El nuevo concepto de nacionalidad sustituye en los siglos XVI y XVII al de ciudad. • Al nacer el Estado como concepto político, surge también el concepto de Estado económico. Lo que hace rico a un país es el oro o la plata que pueda tener. Se crean entonces leyes de protección y defensa de estos metales. Donde no se tienen, se busca cómo lograrlos. Los economistas acuden entonces a la industria: hay que fomentarla, con el fin de vender a otros países suficientes productos y así recibir en plata y oro el precio de lo que se vende.

  26. Se subsidian las industrias; se ponen trabas a la introducción de productos manufacturados y se busca una balanza comercial lo más firme posible. Entra en pugna entonces el interés de los diversos países por sus productos, sus medios de transporte, etc., debido a su idea de que hay una relación directa entre la producción del propio país y la disminución de la del rival.

  27. Esto conduce inexorablemente a las guerras económicas, provocadas por los mercantilistas, que —con razones valederas— hacen de sus propios intereses comerciales un interés nacional. Huberman hace suya una frase del arzobispo de Canterbury en el año 1690, como resumen de todo el capítulo: «En todas las contiendas y disputas que en los últimos años han sobrevenido en esta esquina del mundo, he encontrado que aunque la intención ha sido buena y espiritual, la postrera finalidad y verdadero propósito fueron el oro, la grandeza y la gloria secular» (p. 175). El autor, que a lo largo del libro presenta a la Iglesia como gran aliada del capitalismo, no duda en utilizarla —cuando tiene ocasión— en apoyo de sus tesis.

  28. CAPÍTULO XII. ¡Dejadnos hacer! • El exceso de interés de los estados en la sociedad mercantil produjo no sólo el sistema de subsidio ya anotado, sino que fue creando un intervencionismo exagerado. Los negociantes se dieron cuenta de las limitaciones y clamaron por la libertad del mercado. En todas partes se esbozaron teorías que intentaban demostrar que el interés del país no estriba fundamentalmente en la cantidad de oro y plata de que disponga, sino en el incremento del intercambio comercial.

  29. Uno de los teóricos más importantes de este periodo es Adam Smith, cuyo libro La riqueza de las naciones se constituyó en la biblia del hombre de negocios que pedía libertad. En él explica que lo más importante para el negocio —y, por tanto, para el país— es el aumento de la productividad sin restricciones. Esto se logra mediante la división y la especialización en el trabajo, la cual aumenta o disminuye de acuerdo con la extensión del mercado. El mercado, a su vez, se extiende hasta sus máximos límites mediante el comercio libre. Por consiguiente, el comercio libre trae el aumento de la productividad y lleva al enriquecimiento de la nación.

  30. El grito de libertad —laissez faire— ha sido dado por los capitalistas, que, haciendo respetar la propiedad privada como algo sagrado, quieren producir cada vez más a menor costo y así obtener un excedente —surplus— que haga rentable en abundancia sus industrias. • Los fisiócratas, con su convencimiento de que el origen de la riqueza está en la naturaleza, habían dado al comerciante y al industrial la idea de que el capital debe producir no solamente el precio del trabajo del asalariado, sino también ese excedente que la agricultura da y que la industria igualmente debería dar al dueño: es decir, al capitalista.

  31. CAPÍTULO XIII. El viejo orden cambia... • Es el último capítulo de la primera parte del libro. Se narra en él la situación social de los habitantes de los países en esa época del siglo XVII al XVIII, destacando la existencia de tres estados: el del clero, el de la nobleza y el del pueblo raso. Dentro del tercer estado se distinguen dos grupos principales: el de los campesinos y trabajadores y el de la burguesía del dinero y la cultura. • Poco a poco va fraguándose la acción por la que el tercer estado —el absolutamente mayoritario y el menos favorecido siempre— se sacudirá el yugo opresor que todavía, como en la época feudal, lo aprieta. El prototipo de esta época es la Revolución francesa, que es hecha por la clase baja contra el despotismo de las clases privilegiadas y resulta en beneficio de la burguesía. • El resumen lo presenta el autor con una cita de Karl Marx tomada de El 18 Brumario de Louis Bonaparte:

  32. «Desmoulins, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, los héroes, como también los partidos y masas de la gran Revolución francesa (...), realizaron la obra de su día, que no era otra que liberar la burguesía y establecer la moderna sociedad burguesa. Los jacobinos desplazaron el terreno en que el feudalismo tenía sus raíces y cortaron las cabezas de los magnates feudales que allí vivían. Napoleón estableció en toda Francia las condiciones que hicieron posible el desarrollo de la libre competencia; la explotación de la propiedad agraria después de la partición de las grandes haciendas o latifundios; y que pudiesen ser empleadas las fuerzas de producción industrial de la nación. Más allá de sus fronteras hizo por doquier una limpieza de las instituciones feudales» (p. 203).

  33. La Revolución fue un golpe de fuerza en Francia, cien años más tarde del golpe de opinión en Inglaterra, con los mismos resultados. «En Inglaterra por 1689 y en Francia después de 1789, la lucha por la libertad de mercado resultó en una victoria de la clase media. El año de 1789 puede enmarcar bien el fin de la Edad Media, porque en él la Revolución francesa dio el golpe de muerte al feudalismo. Dentro de la estructura de la sociedad feudal de clérigos, guerreros y trabajadores, surgió un grupo de clase media. A través de los años fue ganando fuerza y libró una larga y dura pelea contra el feudalismo, caracterizada por tres batallas decisivas. La primera, la reforma protestante; la segunda, la llamada históricamente ‘Gloriosa Revolución’ en Inglaterra; y la tercera, la Revolución francesa. Al concluir el siglo XVIII fue al fin lo bastante poderoso para destruir el viejo orden feudal. Y en vez del feudalismo, un sistema social distinto, fundado en el libre cambio de mercancías, con el objetivo primordial de hacer utilidades a expensas del trabajo ajeno, fue instaurado por la burguesía. • Nosotros llamamos a ese sistema: capitalismo» (p. 205).

  34. SEGUNDA PARTE • ¿ DEL CAPITALISMO A...?

  35. CAPÍTULO XIV.¿De dónde vino el dinero? • Este capítulo se dedica al origen del capitalismo. • El dinero —explica Huberman— fue utilizado al principio como tal: para conseguir lo necesario para vivir, alimentarse, etc. Con el advenimiento del comercio, paulatinamente el dinero se fue convirtiendo en capital: es decir, en un medio de enriquecimiento, mediante la especulación y la explotación del trabajo del asalariado, a quien ya no se le paga todo lo que produce. El dueño del dinero compra el trabajo del obrero, como una mercancía, al precio más bajo posible, procurando obtener, del producto que el obrero logra con sus manos, el mayor rendimiento.

  36. Pero ¿de dónde saca el capitalista su dinero? La historia muestra en los siglos XVI y XVII el origen del dinero acumulado: la explotación de las colonias españolas, holandesas, portuguesas e inglesas, y de la esclavitud de los negros del África. Con citas de K. Marx se va «mostrando» cómo el origen del dinero que se convierte en capital —es decir, dinero que produce dinero— está unido siempre a la explotación del hombre a sangre y fuego. Los medios de producción se fueron quedando en manos de los que tienen el dinero, de tal manera que los desposeídos se ven obligados a vender lo único que les queda: su fuerza de trabajo, para poder malamente subsistir. El país de mayor incidencia de la mentalidad capitalista fue, sin duda alguna, Inglaterra.

  37. Anota Huberman que al cambio de mentalidad se adapta también la Iglesia. Pero no es ya la Iglesia católica, que, para él, permanece unida al sistema feudal, sino el naciente protestantismo, que asume plenamente como ley de vida y camino de salvación el nuevo modo de vivir, con su afán de lucro y enriquecimiento.

  38. CAPÍTULO XV. La revolución en la industria, la agricultura y los transportes • Un brevísimo capítulo, en el que se dice, en dos palabras, que con la máquina de vapor se revolucionó la industria; con el cultivo de nuevos y mejores productos, la agricultura mejoró notablemente, al tiempo que sirvió para fomentar el crecimiento de la población; y surgió la necesidad de transportes más rápidos y eficaces, para movilizar rentablemente todo lo que ahora se estaba produciendo. «El crecimiento de la población, la revolución de los transportes, la industria y la agricultura estuvieron interrelacionados. Cada uno actuó y reaccionó sobre los otros. Estas fueron las fuerzas que construían un mundo nuevo» (p. 233).

  39. CAPÍTULO XVI. La semilla que tú siembras, otro la cosechará... • La primera parte de este capítulo describe el trato degradante que los propietarios de las fábricas e industrias dieron al obrero en la sociedad de la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX: la jornada de quince-dieciséis horas, el trabajo de los niños hasta el agotamiento, la preferencia del cuidado de las máquinas sobre el hombre, etc. Y la inutilidad de las protestas del obrero, pues las leyes, hechas por los ricos, les favorecían siempre a ellos mismos, a expensas de la explotación del pobre.

  40. Se intentó buscar en la democracia y en el voto universal una defensa a los intereses de su clase. Pero con ello, realmente, no se consiguió mejorar su situación. Los obreros siguieron entonces luchando por sus intereses y fueron tomando conciencia de clase. Este es un paso importante. Nace entonces el sistema de los sindicatos como instrumento adecuado, tal como lo señala Friedrich Engels en 1844: «Si la centralización de la población estimula y fomenta la clase proletaria, fuerza el desenvolvimiento de los obreros aún más rápidamente. Los trabajadores comenzaron a sentirse como clase, como un conjunto; comenzaron a percibir que, aunque débiles como individuos, forman un poder unidos; su separación de la burguesía, el desarrollo de puntos de vista peculiares a los obreros y correspondientes a su posición en la vida fueron propiciados. Y se despertó la conciencia de la opresión y el trabajador alcanzó importancia social y política. Las grandes ciudades son la cuna de los movimientos de trabajadores; en la ciudad, los trabajadores comenzaron a reflexionar sobre su propia condición y a luchar contra ella; en la ciudad, la oposición entre el proletariado y la burguesía se manifestó inicialmente; de la ciudad proceden los sindicatos, el Cartismo y el socialismo» (p. 255).

  41. Los sindicatos —sigue Huberman— se convierten en el mejor medio para que la clase proletaria pueda defender sus derechos contra la clase opresora capitalista: para luchar por realizar lo que PercyBysshe Shelley describe en uno de sus poemas y el autor pone como «sumario de este capítulo sobre las condiciones siguientes a la revolución industrial y la respuesta de los trabajadores a esas condiciones.

  42. ‘Hombres de Inglaterra, ¿por qué aráis • para los señores que os tienen subyugados? • ¿Por qué tejéis, con esfuerzo y cuidado, • los ricos vestidos que vuestros tiranos llevan?’ • ‘La semilla que vosotros sembráis, otros la cosechan • la riqueza que encontráis, otros la guardan; • las telas que vosotros tejéis, otros las llevan; • y las armas que vosotros forjáis, otros las usan. • Sembrad la semilla, pero no dejéis que el tirano la coseche; • encontrad la riqueza, pero que ningún impostor la acumule; • tejed vestidos, pero que ningún ocioso los lleve; • forjad armas, pero sólo para usarlas en vuestra defensa!’» (p. 259).

  43. CAPÍTULO XVII. ¿Leyes naturales? ¿De quién? • Con citas de Adam Smith y de David Ricardo, y algunas también de Nassau Senior y John Stuart Mill, se quiere demostrar que estos representantes de la economía clásica intentaron con sus teorías justificar el intento de los patronos de no mejorar el salario de sus trabajadores. • En dichos textos clásicos de la economía capitalista se fundamenta la libertad del comercio y la pugna abierta por una mayor rentabilidad, dejando siempre al obrero en la peor condición. La doctrina del Fondo de Jornales —fijo e inmóvil— es un ejemplo de lo que se quiere convertir, por los tratadistas de la política económica, en una ley natural de la economía. Si el fondo de jornales de cada industria no puede variar, el aumento de lo que se paga a cada obrero sólo podrá hacerse en base a una disminución del número de obreros.

  44. Dentro del capítulo se hace una breve referencia a las teorías de Malthus sobre el ritmo desmesurado del crecimiento de la población previsto por él para Inglaterra. En base a sus ideas, los economistas clásicos argumentan que una buena parte de la culpa de la pobreza de los trabajadores la tiene el aumento del número de sus hijos: ellos mismos, por tanto, son los culpables de su miseria. Si quieren mejorar sus condiciones han de disminuir el número de sus hijos. Los patronos nada tienen que hacer entonces para mejorarles su condición.

  45. Al final del capítulo se da una larga cita de Friedrich List, de su libro Sistema nacional de Economía Política (1841), en el que se ataca de manera terminante el sistema del comercio libre internacional. Propugna una protección nacional seria y decidida, antes de permitir que los países se lancen a la libre competencia, abierta, con las demás naciones. Es, pues, un sistema nacional de economía, opuesto al sistema internacional: una negación rotunda de la infalibilidad del sistema económico hasta entonces vigente.

  46. Huberman concluye el capítulo con un auténtico panegírico: «La economía clásica, tan popular e influyente en la primera mitad del siglo XIX, comenzó a perder algo de sus fuerzas en la segunda mitad. Fueron tiempos en que comenzaron a aparecer las obras de un hombre que, aceptando algunos de los principios expuestos por los clásicos, los llevó por un camino diferente a conclusiones muy distintas. También era alemán. Se llamaba Karl Marx» (p. 281).

  47. CAPÍTULO XVIII. ¡Proletarios del mundo, uníos! • La primera parte de este capítulo está dedicada a Karl Marx. • Ante la explotación de los obreros, los socialistas soñaban con acabar en el futuro con la situación de injusticia en que vive el proletariado. Según el autor, Marx, sin esos sueños utópicos, da la verdadera respuesta: no mirando al futuro, sino analizando el pasado para ver cómo y por qué se ha llegado al presente.

  48. En el estudio que hace Marx —fundamentalmente en su obra El Capital—investiga hondamente cómo el trabajo del obrero se ha convertido paulatinamente en una mercancía, la única que el trabajador posee, que ha de vender si quiere subsistir. Pero al venderla resulta que tiene que trabajar más de lo que su fuerza de trabajo requiere para ganar el jornal: ese tiempo de más es la ganancia que el propietario recibe por el trabajo del obrero: la plusvalía. Es decir, el propietario se enriquece precisamente con las horas de trabajo que no le paga al trabajador.

  49. Huberman hace el siguiente esquema de las tesis de Marx, resumiendo el proceso en forma de breves proposiciones: • — «Al sistema capitalista le incumbe la producción de artículos para la venta: mercancías. • — »El valor de la mercancía es determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción. • — »El obrero no posee los medios de producción (tierras, herramientas, fábricas, etc.). • — »Para vivir, el obrero tiene que vender la única mercancía que posee: su fuerza de trabajo. • — »El valor de su fuerza de trabajo, como el de todas las mercancías, es la cantidad de tiempo para producirlas; en este caso, la cantidad necesaria para que el obrero viva. • — »Los jornales que le son pagados, por consiguiente, serán iguales a sólo lo necesario para su manutención. • — »Pero esta cantidad el obrero puede producirla con una parte de su jornada de trabajo (menos del total). • — »Esto significa que sólo una parte del tiempo el obrero estará trabajando para sí mismo. • — »El resto del tiempo de la jornada de trabajo, el obrero estará trabajando para el patrón. • — »La diferencia entre lo que el obrero recibe en jornales y el valor de la mercancía que produce es la plusvalía. • — »La plusvalía o valor excedente es para el patrono o propietario de los medios de producción. • — »Es la fuente de las utilidades, intereses, rentas, las ganancias de la clase propietaria. • — »La plusvalía es la medida de la explotación del trabajo y del hombre en el sistema capitalista» (pp. 293-294).

  50. Pasa luego Huberman a ridiculizar las teorías de los llamados socialistas utópicos, tales como Robert Owen, Charles Fourier, Saint-Simon, EtienneCabet..., quienes creían que la solución del proletariado se podría conseguir con la colaboración de los burgueses. Marx y Engels se ríen de este fantástico sueño. • Al proletariado no lo puede salvar sino el proletariado. Es inútil acudir a los sentimientos y al bolsillo de los burgueses. El cambio a la nueva sociedad no vendrá por el esfuerzo de la clase dirigente, sino a través de la acción revolucionaria de la clase trabajadora. «Durante casi cuarenta años hemos insistido en que la lucha de clases es la fuerza motriz esencial de la historia y, en particular, que la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado es la máxima palanca de la revolución social moderna» (carta a Bebel, Liebknech y otros radicales alemanes, escrita por Engels de acuerdo con K. Marx en 1879) (p. 297).

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